Sí, insomnio de nueva cuenta. Me resisto a tomarme las gotitas que el doctor me recetó para dormir con la ilusión de que mi cuerpo (cansado de dormir aproximadamente 10 horas –total- durante el mes de abril) cederá en algún momento. Pero nada... a menos que no me tumbe con drogas, soy una motoneta nocturna.
Traigo tantas cosas en la cabeza –no wonder. Sin embargo, traigo dos que no me dejan en paz. Este posteo, va sobre una: las despedidas (chan-chan-chan-chaaaaaaaaannnnnnn).
He pensado que en ningún momento nos preparamos para separarnos o despedirnos de los que queremos. Pareciera que vivimos en la ilusión de una continuidad perfecta de aquellos a quienes queremos incluir o mantener en el elenco estelar de nuestra vida, por lo que llegado el momento de la separación, muy en contra de lo “civilizado” y sapiens de nuestra especie, reaccionamos muy a lo instinto animal.
Parece entonces que saber que pierdes no es condición suficiente para aceptar que pierdes. Claro, hay una gran variedad de pérdidas. Pero parece que para ninguna estamos preparados.
Ante la pérdida más grande, me hubiera gustado haber tenido la oportunidad de despedirme. Tan grande era la pérdida, tan poca la aceptación y tan grande la esperanza, que cuando regresé a MX ya era tarde. Alcancé a despedirme, sí, pero mi parte racional no puede negar el hecho de que ya no me escuchaba. Me gusta pensar lo contrario (que si me escuchaba, como decían las enfermeras) pero sé que hay negaciones que uno convierte en creencias…
Ahora estoy perdiendo otra. Y al verla veo a su hermana. Qué dura y que dulce es la memoria: aún cuando veo y sé que irremediablemente también se irá, el primer recuerdo que aparece cuando cierro los ojos es una imagen de las dos, sonriendo, como cuando todo estaba bien, como cuando ellas estaban bien. Y mientras más voy a visitarla, más me quedo con los buenos recuerdos. Temo “drenarla” de recuerdos. Hoy pensé que me los “robaba” y que quizás hacía mal en abrir el baúl de los recuerdos cada vez que la veía, sin embargo, me quedé callada. No dije nada. No quiero decir nada. Es egoísta, lo sé, pero creo que ella también sabe que de ella, de su hermana, sólo me quedan los recuerdos y por eso, con mucha dulzura en la mirada, interpreto que me los presta, que me deja “llevármelos” porque sabe que soy “de confianza” y que con cada visita, se los regreso, uno por uno, todos...
También hay otras pérdidas, las de todo lo demás. Las de cosas que van y que vienen y las de aquellas certidumbres que se convierten ilusiones y quimeras. De esas, me exorcizo todos los días. Como mantra matutino, me obligo a recordar lo bueno y lo malo, me hago una suerte de autoconfesión y absolución para después, seguir buscando. Yo sigo buscando. Busco y busco sabiendo que unas me tendrán que llegar sin buscarlas. Y en esa búsqueda intermedia, en que pretendo no buscar y no dejar la búsqueda, sigo buscando las otras, las que no se consiguen sino identificándolas y siguiéndolas de cerca… buscándolas, pues.
Cosas, cosas y más cosas. Cuando en realidad, es tan poco lo que necesitamos. Ironías.
Sí, si estoy triste. Pero ese antídoto no puedo buscarlo, ese sé que llega sólo. Y así, sigo caminando dentro del mariposario, viendo a la alegría volar cerca de la felicidad y a un costado de la dicha. Las veo, voy detrás de ellas, pero no las persigo. Sigo en el camino, sin perseguirlas pero con la mano estirada, con toda la ilusión de que una se pare en mi mano y me recuerde lo bonito que es reír a carcajada abierta…
12.20 AM… y es apenas el comienzo (bargh…)
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