Saturday, May 14, 2005

Incursiones musicales

Parece que la primavera llega finalmente a esta ciudad y con ella, los miles de festivalitos y presentaciones al aire libre mediante los cuales la gente manifiesta no sólo sus habilidades musicales, sino su deseo ferviente de ver y dejarse ver. La UofC no podría quedarse atrás y el día de hoy, en medio de un día parcialmente soleado y ventarrones, varias “bandas” amateur de estudiantes se presentaron a deleitar a los muy (en verdad muy) pocos asistentes que respondieron al llamado de los sonidos de los bajos y la batería. Lástima, porque algunas sonaban bastante bien.

El día de hoy, en medio de una carencia absoluta de ánimo por desempeñar el digno oficio del estudiante, hice una cita con la Rojitas para tomarnos un café y ver si de menos, bajo la influencia de 35 onzas de cafeína alguna de las dos lograba motivar a la otra para que estudiara. El resultado? Algo de estudio aunque ya entrada la tarde (la mañana se fue a pérdidas).

Veníamos pues de tomarnos el café. El viento despeinaba nuestras melenas y los acordes de la guitarra eléctrica nos guiaba hacia la biblioteca cuando tengo a bien comentar que como dato curioso, nunca en mis años de adolescente me dio por iniciar o incorporarme a una banda con mis amigos (entiéndase por “banda”, a un grupo musical de adolescentes a través de la cual se canalizan los sueños de fama y múltiples premios grammy). Sí, es cierto, siempre he sido amante de la música. Sin embargo, desde hace tiempo caí en cuenta que al principio teníamos una relación tirante, algo así como de letra de canción ranchera: yo la quería pero ella a mí no. Y de ello, mi familia tiene múltiples anécdotas que lo corroboran.

Rojitas, respondió a mi comentario diciendo: “pues yo más que querer formar una banda, era groupie de varias”, y agrega: “de hecho, tuve un par de novios que eran músicos” (Rojitas me cae bien porque tiene un alma bohemia-hippie-alternativa de lujo). Y justo cuando yo pensé que el breviario cultural había terminado, continuó: “bueno, ahora que me acuerdo…mi amiga Carolina Ruiz y yo teníamos una banda cuando teníamos 13 años”. “De verdad???” pregunto yo incrédula. “Sí, ella tocaba la guitarra y yo bajo”. Caro, pero…entonces tú sabes tocar el bajo????” pregunto yo, en sumo asombro. “No! Qué voy a saber! Si nada más nos sabíamos una canción, bueno… media, pero ya teníamos muy bien coordinado cómo hablarle al público porque Carolina Ruiz ya había practicado el ‘Hola Bogotá!!!’… de hecho, fue en nuestra época de ‘descubrimiento’ entonces nos gustaba mucho Led Zeppelin y esas cosas oscuras”. “Pero entonces” ahí ya entre risa y risa le pregunto “tocaban algo de ellos?”. “No, la única que nos sabíamos era ‘Stand By Me’ y nos la sabíamos a la mitad”. Resultado de mi comentario? nos tuvimos que esperar por cerca de 10 minutos porque literalmente, estaba paralizada de la risa. Mientras subíamos en el elevador, me puse a repasar la galería del t-e-r-r-o-r de mis incursiones musicales, mismas, que comparto con ustedes en un ejercicio catártico a la memoria (de menos será más efectivo que enterrarlo por ahí entre otros recuerdos embarazosos de la niñez y la pubertad):

- A la tierna edad de 7 años, Myrna descubre que le gusta la música y logra que en su clase de iniciación artística la acomoden en el módulo de música. Se inclina por la flauta. Después de mucho entrenamiento en casa (y dolores de cabeza para mis hermanos), sólo me aprendo “El himno de la alegría”. Me alejo de la flauta.

- A los 9 años, Myrna escucha del concurso de Bancomer (banco mexicano) para elegir la melodía promocional (o jingle) de la nueva campaña del banco, quien en un afán nacionalista, da como lineamiento que la composición evoque aspectos de nuestra patria. Ilusionada con convertirse en la nueva Consuelo Velázquez (compositora de Bésame mucho) se decide NO SÓLO A COMPONER, sino también a I-N-T-E-R-P-R-E-T-A-R a su pequeño bebé musical. Acompañada de los suaves y desentonados acordes de un pianito electrónico Casio XE1270, con la ayuda de una grabadora de cassettes (esas que ya nada más existen en nuestra memoria y en el baratillo) y muy pegada a la bocina de la misma (no tenía micrófono pues…), la dulce niña comienza: (5-4-3-2) “Guadalajara, es mi ciudad…”. Resultado: ni siquiera carta de “gracias por participar” me enviaron. Aquí inicia el anecdotario enterrado en el patio trasero de mi memoria, mismo que durante mi adolescencia ni el mejor de los psicólogos hubiera podido sacar.

- A los 10 años, Myrna se decide ir a la ópera por primera vez. Jode y jode y jode y logra que su madre (siempre fiel, como México al Papa) le compre el boleto y jale a la hermana mayor para que las acompañe. La obra: “Aída”, en una magna producción que llegó a México (de no recuerdo dónde) donde la esfinge hizo tour por todo el país y estuvo en exhibición para el común de los mortales por cerca de un mes en la glorieta de la Minerva (célebre punto de referencia tapatío) hasta que los organizadores se dieron cuenta que la construcción ya estaba medio descolorida y que había sido víctima del vandalismo de rufiancillos y borrachines. Resultado de la velada: Myrna cayó dormida justo después de la obertura. La madre y la hermana tuvieron que cargar con ella y recetarse toda la ópera, misma que sobra decir, no les interesaba ver. Afortunadamente, con el tiempo y más exposición a la música, logro quedarme despierta la mayoría del programa o toda si es muy buena.

- A los 13 años, Myrna audiciona y es aceptada (no porque hubieran muchas buscando el puesto) a la banda de guerra (banda marcial) de la secundaria donde estudiaba. Ah que años tan gloriosos! Traje de gala en las ceremonias importantes al momento de los honores a la bandera, mientras que la cereza del pastel venía cada 20 de noviembre (Aniversario de la Revolución Mexicana) cuando la señorita jalaba a parte de su familia para que en un día NO HÁBIL en el país, su madre (ven, ella siempre fiel) y su hermana (que iba a fuerzas) se levantaran a las 7 AM a llevarla al punto de encuentro con el resto de sus co-religionarias. No sólo era la levantada mañanera, sino tener que sortear las calles aledañas al centro de la ciudad, en específico a la ruta del desfile, mismas que se encontraban cerradas al tráfico en general. Aún hay más: se quedaban durante todo el desfile y me esperaban al final del recorrido con una muy necesitada botella de agua y un mango con chilito de polvo y limón. Mientras estas féminas se solidarizaban con la causa, mi papá y mi hermano o dormían o veían el fútbol en casa.

- A los 14 años, Myrna se registra en la estudiantina de su escuela secundaria. Tocaba la guitarra. Puedo preciarme que en aquel entonces, SABÍA tocar la guitarra. Ahora cuando mucho, recordaré sólo el círculo de sol… Éramos medianamente populares en el circuito educativo de enseñanza media del estado, inclusive llegamos a tocar en la televisión local (sí, canal 4 de Guadalajara). Esto se pone mejor: además de tocar la guitarra, cantaba (a que ésa no se la sabían?!!?!?!).


Lo que sí no recuerdo (cosa que me preocupa porque puede que haya sido un evento vergonzosamente traumatizante) es qué exactamente fue lo que me hizo dejar estos “ensayos y errores” musicales. Quizás fueron las oraciones de mi madre aunadas a las de mis hermanos. Quizás simplemente me di cuenta que mi relación con la música tendría que limitarse a ser una de apreciación. Cualquiera que haya sido la causa, el mundo de la música puede continuar tranquilo de que no se perdió de ninguna estrella irremplazable. Y con esa reflexión, desde la ventana de la biblioteca veo a los chicos cantar en la explanada de la Regenstein.