Sunday, December 30, 2007

melancolía

No sé si será el cierre del año o el coletazo de esta bronquitis que me tiene así, triste y melancólica. Puede que sea más, que sea una combinación de eso y otras cosas más... no lo sé... estoy llena de palabras, sonidos, recuerdos y nostalgias. Por eso, me hice de un buen remedio. Como sazón personal, le añado algo de Chopin pues me siento como partitura de Nocturno en Mi menor...


Haces volteretas con el cuerpo y la imaginación para evadir la tristeza. ¿Pero quién te ha dicho que se prohíbe estar triste? En realidad, muchas veces, no hay nada más sensato que estar tristes; a diario pasan cosas, a los otros, a nosotros, que no tienen remedio, o mejor dicho, que tienen ese único y amtiguo remedio de sentirnos tristes.

No dejes que te receten alegría, como quien ordena una temporada de antbióticos o cucharadas de agua de mar a estómago vacío. Si dejas que te traten tu tristeza como una perversión, o en el mejor de los casos como una enfermedad estás perdida: además de estar triste te sentirás culpable. Y no tienes la culpa de estar triste. ¿No es normal sentir dolor cuando te cortas? ¿No arde la piel si te dan un latigazo?

Pues así mismo el mundo, la vaga sucesión de los hechos que acontecen (o de los que no pasan) crean un fondo de melancolía. Ya lo decía el poeta Leopardi: "como el aire llena los espacios entre los objetos, así la melancolía llena los intervalos entre un gozo y otro".

Vive tu tristeza, pálpala, deshójala en tus ojos, mójala con lágrimas, envuélvela en gritos o en silencio, cópiala en cuadernos, apúntala en tu cuerpo, apúntala en los poros de tu piel. Pues sólo si no te defiendes huirá, a ratos, a otro sitio que no sea el centro de tu dolor íntimo.

Y para degustar tu tristeza he de recomendarte también un plato melancólico: coliflor en nieblas. Se trata de cocer esa flor blanca y triste y consistente, en vapor de agua. Despacio, con ese dolor que tiene el mismo aliento que desprende de la boca en los lamentos, se va cociendo hasta ablandarse. Y envuelta en niebla, en su vapor humeante, ponle aceite de oliva y ajo y alguna pimienta, y sálala con lágrimas que sean tuyas. Y paladéala despacio, modriéndola del tenedor, y llora más y llora todavía, que al final esa flor se irá chupando tu melancolía sin dejarte seca, sin dejarte tranquila, sin robarte lo único tuyo en ese momento, lo único que nadie podrá ya quitarte, tu tristeza, pero con la sensación de haber compartido con esa flor inmarchitable, con esa flor absurda, prehistórica, con esa flor que los novios jamás piden en las floristerías, con esa flor de col que nadie pone en los floreros, con esa anomalía, con esa tristeza florecida, tu misma tristeza de coliflor, de planta triste y melancólica.

Tratado de culinaria para mujeres tristes de Héctor Abad Faciolince (p.12 y 13).

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