Querido(a) lector(a):
En tu pasar por este espacio chacotero, te habrás dado cuenta que mis ciberidentidades (flickr y este blog) fluctúan entre “temas de actualidad”, ñoñerías y tonteras. Sí, un reflejo de mi personalidad. Sin embargo, querido(a) lector(a), hoy no te toparás con otro video musical o alguna nota del periódico con las cuales intento (descaradamente) redimir mis ausencias. Hoy, si así lo decides, te toca leerte una crónica honesta e íntima.
Esto no lo digo con el fin comercial de hacer que te quedes pues, debo confesarte, que lo que viene a continuación salió a punta de muchas lágrimas y refleja el lado nena de mi vida. Esto lo menciono de manera preventiva pues he comenzado a escribir a las 11.45 PM (hora del Este, EEUU) y para el tiempo que termine, estaremos ya en el azucarado festejo de San Valentín, por lo que puede ser mejor que cortes la lectura y si así lo decides, regreses otro día. A final de cuentas, este post no tiene otro propósito que el de hacer que me sienta un poco mejor al creer que nos hemos sentado a platicar en persona y que en la charla, te conté un pedacito de mi vida.
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Comenzaré por decirte (si no lo sabías) que el 13 de febrero de 2006, es, sin lugar a duda, el día más triste de mi vida. Pasada la media noche, mi madre decidió que era tiempo de dejar este mundo. Como es de esperarse, los 13 de febrero son días malos para mí.
A veces pienso que a esta edad, uno debiera de estar lo suficientemente “grandecito” como para superar el hecho, aceptar la lección de vida que viene con el reconocimiento de tu mortalidad y la de los tuyos, y luego, seguir adelante. Si eso no fuera suficiente, uno puede “entrar en razón” analizando la relación y el grado de cercanía con el difunto: frecuencia con que platicaban, gustos similares, hobbies y actividades en conjunto, etc. Pero honestamente, no creo que ninguno sirva mucho para el caso; en particular, porque mi madre y yo éramos bastante distintas y con esto del grado de cercanía quedo más bien en números rojos…
Sin embargo, me he dado cuenta que no importan los diques y las agendas mentales que construya. El 13 de febrero es, indudablemente, una fecha de recuerdos de su partida: el hueco en el estómago al recibir la noticia, su rostro al entrar a verla y luego, en retazos, mi voz, “platicando” con ella como si la estuviera preparando para el viaje: “¿Llevas las sandalias de baño? ¿Y el bloqueador? ¿Mi papá? No, tranquila madre, acá lo cuidamos […] ¿Los gordos? (mis sobrinos), tranquila, de verdad, todos vamos a estar bien […] ¿llevas el pasaporte?”.
Lo curioso es que entre tanto recuerdo, lágrima y sollozo, al final del día, el recuerdo que permanece y que, irónicamente me hace sonreír un poco, es el de haber sido la última voz que la despidió en vida y la primera que la abrazó en su partida.
Con esta reflexión, anhelo fervientemente que el resto de mis tristezas se vayan byte por byte mientras escribo estas líneas…
Con suerte, cada 13 de febrero que venga será mejor.
Con suerte, dejaré de llorar cada que escuche “Sometimes I feel like a motherless child […]”
Con suerte dejaré de llorar cuando en el futuro alguien mencione “tu mamá debe estar muy orgullosa de ti”.
Con suerte.
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C, gracias por acordarte siempre de mí en este día.
MC, gracias por la compañía.
Lector, lectora, gracias por llegar a esta línea.
Bjs.